Hace mucho tiempo en una institución de enseñanza privada de cuyo nombre todavía no quiero acordarme, un grupo común y corriente de 5 amigos se veía enfrentado a la pedagogía puritana de corte represivo profesada en susodicha entidad (léase como “un colegio de panderetas” para una comprensión más inmediata). Aquellos amigos, de comportamiento, gustos y forma de pensar muy diferentes a los preceptos que la “Misión” y la “Visión” de aquel malvado colegio estipulaban como “deseables” (necios pseudo-valores que comprendían cosas como “Si tienes sexo antes de los 18 mueres y te vas al infierno” o “El creacionismo explica que el hombre no desciende del mono, sino de un puño de tierra genéticamente alterado por Dios”), tuvieron que ver como sus derechos eran continuamente pisoteados por sus “educadores”, quienes, liderados por el Director General del centro educativo, justificaban el incesable maltrato como un intento de “enderezarlos” .
Lo diré de otra forma para que quede más claro: A pesar de que eran chicos brillantes, de una inteligencia fácilmente reconocible y un comportamiento excepcional, el hecho de que difirieran con el dogma del colegio fue suficiente para que el personal docente los hostigara con castigos injustificados, discriminara verbalmente en frente de sus compañeros de clase y les obligara a asistir a las muchas actividades religiosas mensuales que organizaba la institución.
Sobre estos cultos religiosos, para cuya realización la institución utilizaba tiempo de las lecciones (a pesar de no tener estos nada que ver con la educación del alumno), vale mencionar alguna cosa. Uno pensaría que los estudiantes estarían muy contentos con la suspensión de sus clases, sobretodo si era por un lapso prolongado en el que no iban a hacer nada (los cultos frecuentemente duraban unas 2 horas). Pero en este caso era diferente, porque en las actividades religiosas se exigía la participación activa de los estudiantes en rituales como oraciones (también conocidas como rezos o plegarias) y adoraciones a deidades como Jehová o Goliat (independientemente de si el alumno las reconociera o no como tales). Después de cumplir con tales prácticas se les obligaba a escuchar sermones astutamente elaborados para lavarles el cerebro, que incluían mensajes, por decirlo así, “no muy optimistas“ sobre los individuos que no hubieran “aceptado en su corazón” a cierto personaje muy conocido por la cultura occidental (y no estoy hablando de Ronald Mc’Donald o del ratón Mickey, ninguno de esos 2 era judío). Los 5 protagonistas de nuestra historia evidentemente se habían opuesto a asistir a este tipo de actividades, lo cual lastimosamente provocaba que fueran arrastrados a ellas por las autoridades escolares con mayor ímpetu.
Volviendo a nuestro relato, los 5 amigos se vieron abandonados a su suerte por sus padres, quienes se sentían suficientemente satisfechos con creer (y nótese que utilizo la palabra “creer”, con todos los limitantes que su acepción conlleva) en que sus hijos estaban siendo educados por personas más capacitadas que ellos, a lo que cualquier intromisión de su parte retrasaría la labor de dichos “profesionales” (¡progenitores irresponsables!). Tampoco recibieron apoyo alguno de sus compañeros de clase, quienes más bien tendían a adquirir un comportamiento pandereta (lo de los cultos religiosos ya era un golpe bajo, pero los maestros no contentándose con eso los sometían durante las lecciones a la entonación ritual de canciones como Cumba Ya o Alabaré).
Una fotografía de los 5 protagonistas de nuestra historia
Además, la carencia de un medio de comunicación objetivo para los estudiantes no facilitaba la situación; sólo existía un periódico escolar subordinado a los intereses institucionales, que a pesar de autonombrarse “defensor de la opinión estudiantil”, servía como organismo de censura. Si alguien pretendía publicar en ese medio un escrito, tenía que pasar antes por la “evaluación” de sus editores, quienes, en caso de detectar el mínimo detalle discordante con los “principios” del colegio, se encargaban de mutilar el artículo hasta reducirlo a una premasticada opinión sobre una historia bíblica. Recuerdo todavía con vergüenza ajena de aquella publicación un patético artículo sobre los legendarios Beatles, en el cual se afirmaba que los jóvenes londinenses habían conseguido el éxito tras venderle el alma al diablo y negar a Dios, lo cual había provocado la trágica muerte del músico John Lennon. No era de extrañar que para muchos colegiales el único atractivo de dicho periódico fuera una sección de “farándula” escolar, en la que se difundía chismes de los alumnos. A fin de cuentas el asunto termina siendo ridículo, ¿no les parece?
Así que los amigos de nuestro relato decidieron poner al tanto de su situación a los medios de comunicación; quienes gustan de cualquier escándalo de barrio en vez de trabajar en información seria para sus suscriptores definitivamente los ayudarían a dar a conocer al público su trágica historia. No obstante, y después de un envío masivo de cartas y mensajes de correo electrónico a prácticamente todos los medios de comunicación del país, ya fuera escritos o televisados, del que no recibieron respuesta alguna (siquiera una muestra de apoyo o consolación), los chicos se vieron ignorados. Abatidos por el esfuerzo realizado en vano siguieron soportando el atropello de sus mal llamados “mentores”. A estos últimos se les había sumado la acción de su líder, el Señor Director, quien no conformándose con ser el mandamás había incluido una serie de amenazas discriminatorias en su contra, mezcladas con un falso discurso de moral y valores “cristianos” (para guardar las apariencias) en varios comunicados dirigidos a las personas relacionadas con el colegio.
Un retrato hablado del maléfico personal docente de la institución
Pero para nuestros 5 héroes no todo estaba perdido; pues así como un hombre virgen de 40 años conserva siempre la esperanza de tener su “primera vez”, los amigos se rehusaban a darse por vencidos (está bien, lo reconozco, fue una pésima comparación). Sabían que debían expresar sus opiniones, pues esto era precisamente lo que sus opresores se empeñaban en evitar. Eran concientes de que no podían quedarse callados mientras no sólo ellos, sino también sus compañeros sufrían la coerción de sus profesores. Pero, ¿cómo hacerse escuchar, cuando cualquier signo de disconformidad con el adoctrinamiento intolerante era merecedor del más injusto castigo?
La solución a este problema les surgió de forma casi inmediata, cuando para distraerse durante una hora de castigo en la que (por nada) les habían sentenciado a buscar en
¿Qué planean hacer exactamente los protagonistas de nuestra historia? ¿Lograrán vencer la opresión puritana de una vez por todas, o sus intentos serán frustrados por sus malvados profesores? No se pierda la conclusión de este relato en una próxima entrega de El Quisquilloso.